Woody Guthrie, espíritu indomable

Woody Guthrie singing aboard a New York City subway train.
Pocas personas han ejercido na influencia tan grande en el mundo de la música como Woody Guthrie. Tuvo una vida de leyenda que le llevó a recorrer todos los caminos compartiendo sus vivencias con los más desfavorecidos, con los ninguneados, los perseguidos, los nadies… los que en la época de la Gran Depresión dejaron todo atrás y descubrieron que la injusticia no sabe de mapas ni fronteras. No hubo carretera que no recorriera, tren al que no saltara con su fiel guitarra al hombro. Conoció profundamente su país y sus gentes en su constante vagabundear de lugar en lugar y de sueño en sueño. No hubo causa que considerara justa a la que no se entregara y huyó como de la peste del éxito en cuanto llamaba a su puerta. Su libertad era demasiado fuerte como para dejarse encadenar por nada o por nadie. Hoy sus canciones son cantadas por Bruce, Bono, Dylan y miles de personas que se identifican con unas letras que hablan de la tragedia que le tocó vivir y que no es diferente a la que seguimos viviendo hoy.
Nació en Okemah (Oklahoma) el 14 de julio de 1912, y desde niño recibió la influencia musical de sus padres. Precoz y fino observador del mundo, tuvo una infancia marcada por la tragedia: a la muerte accidental de su hermana mayor Clara, le siguió la ruina familiar y, más tarde, la enfermedad mental de su madre por la que tuvo que ser ingresada en un psiquiátrico. Deshecha su familia, el joven Woody decidió emprender su camino y salió a la carretera. Eran los años de la Gran depresión y, como tantos otros, lo dejó todo y salió a la carretera.
Llegó a Pampa (Texas), donde intentó, sin éxito, iniciar su carrera musical. Allí conoció a Mary Jennings, con la que se casó dos años después. Tuvieron tres hijos. Fue allí también donde descubrió su talento para dibujar, algo que le acompañó durante toda su vida. Las desgracias no suelen venir solas y a la Gran depresión le siguió la Dust Bowl, una terrible sequía que asoló los Estados Unidos en 1935. Dejó en Pampa a su mujer y a sus tres hijos para emprender rumbo a California, la tierra prometida. La Ruta 66 guio su camino. Solo su guitarra le acompañó. Hizo el viaje cambiando su trabajo por techo y comida. Fueron muchos los trenes que le vieron vagabundear buscando algo que llevarse a la boca. Allí, entre el hambre y el polvo, compartió su miseria con los miles y miles de personas que encontró en su camino. Fueron los años de conocer la realidad de su país, la crueldad que esconde el sueño americano. Consciente de la injusticia que le rodeaba, convirtió su guitarra en un
arma contra los enemigos del mundo en el que él soñaba. A lo largo de su vida compuso más de tres mil canciones que hablan de los pobres, de los marginados, de los perseguidos, de los nadies… El mundo que le rodeaba nunca le fue ajeno. Por eso compuso canciones a favor de Sacco y Vanzetti, los dos anarquistas condenados a muerte por un crimen que no habían cometido, o en recuerdo de la masacre de Ludlov en la que la policía disparó contra un campamento de mineros en huelga provocando la muerte de veinte personas, entre ellos once niños. No fue ajeno a la guerra civil española y compuso alguna de las canciones más conocidas en honor de los brigadistas internacionales que vinieron a luchar contra el fascismo. En la guitarra de Woody, desde entonces, siempre llevaba pintada la frase: “Esta máquina mata fascistas”
En 1937 Woody llegó a California. Encontró trabajo en una emisora de radio desde la que cantaba a los nadies que vivían hacinados en campos de refugiados. Pronto su voz se hizo familiar entre ellos, que se identificaban totalmente con un hombre que cantaba lo que realmente les pasaba, un hombre que conocía sus penas, su dolor y su angustia. A sus canciones pronto le siguieron sus charlas y discursos contra la corrupción y la injusticia, su defensa de la palabra de Jesús silenciada por la religión oficial, su indiscutible y firme toma de partido por quienes más le necesitaban. Sus canciones pronto se convertirían en los himnos de los sin voz.
Aquello de la fama o de permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio no iba con él y lo dejó todo para irse a Nueva York, donde se reunió con su familia. Llegó en 1940 y de inmediato contactó con los intelectuales y artistas más comprometidos. Colaboró con el Partido Comunista y creó uno de los grupos de música folk más emblemáticos de la historia: The Almanac Singers. Allí nació su inquebrantable amistad con cantantes como Will Geer o Pete Seeger y actores como Burl Ives. Una década después varios de los miembros de aquel grupo fundaron otro, The Weavers, que triunfó popularmente e hizo que las canciones de Woody llegasen a millones de personas. De nuevo Woody se sintió incómodo con el éxito y decidió salir de nuevo a la carretera. Compromisos o autocensura nunca fueron con él.
Encontró trabajo en Portland donde le contrataron para componer las canciones de un documental de temática social que se estaba rodando. Acabado el contrato emprendió de nuevo el camino para regresar de nuevo con su familia a Pampa. Su espíritu inquieto le llevó a involucrarse cada vez más con su compromiso político, que cada vez le ocupaba más tiempo. Su matrimonio se resintió de ello y no tardó en producirse la separación. En 1942 regresa a Nueva York y, en plena segunda guerra mundial, se alista en la marina donde no dejará de escribir canciones.
Acabada la guerra se casa con Marjorie Mazia, una bailarina del ballet de Martha Graham con la que comparte sueños e ideales y con la que tendrá cuatro hijos. Es una época muy fecunda para Woody en la que compone decenas de canciones, escribe poemas y publica su primera novela, una autobiografía titulada “Bound for glory” (Con destino a la gloria), que sería llevada al cine en los años 70. La historia es, a veces, tremendamente cruel, y con Woody lo quiso ser: Cathy, su hija mayor, murió con cuatro años en un incendio de su casa. Woody revive en su hija la prematura muerte de su hermana y se dedica a componer una serie de canciones infantiles con una temática y lenguaje propios de los niños que tiene gran éxito.
En plena actividad, a finales de los cuarenta, empiezan a aparecer los primeros síntomas de la enfermedad que acabará con él dos décadas después: la enfermedad de Huntington, una enfermedad mental degenerativa hereditaria que provoca cambios de humor, fuertes depresiones y trastornos musculares. Es entonces cuando se da cuenta de que sufre la misma enfermedad que acabó con su madre, aunque a ella nunca se la diagnosticaron. Fruto de estos cambios de carácter o quizá también debido a su espíritu de aventurero sin remedio, Woody abandona a su familia para emprender de nuevo su viaje, un viaje que le llevará a California y a Florida, además de a un tercer matrimonio, esta vez con Annete Van Kirk, una joven con la que tendrá una nueva hija.
Es la época de la furia anticomunista en Estados Unidos y el macartismo le pone en el punto de mira, como a tantos otros. Regresa a Nueva York donde debe compaginar la caza de brujas con diversos internamientos en varios sanatorios psiquiátricos donde es tratado de todo tipo de enfermedades, desde el alcoholismo hasta la esquizofrenia ante la imposibilidad de diagnosticar la enfermedad que verdaderamente padece. Su vida se acerca cada día más a una pesadilla. Algo en su interior le impulsa a salir de nuevo a la carretera, pero su salud no está dispuesta a permitírselo. Es arrestado en New Jersey por vagancia y es ingresado en el Greystone Psychiatric Hospital donde finalmente le diagnostican la enfermedad de Huntington. A ese hospital son muchos quienes le van a visitar: Marjorie, su anterior esposa, y sus hijos, y cantantes que están empezando a dar sus primeros pasos y que ven en Woody el indiscutible referente de todo lo que quieren hacer: Bob Dylan, Joan Baez… Allí acuden con sus guitarras para cantar sus viejas canciones con él. Woody murió el 3 de octubre de 1967 en el Creedmoor State Hospital de Queens, Nueva York. Sus cenizas fueron esparcidas en la bahía de Coney Island. Su música y su compromiso ante la vida, su toma de partido por quienes más le necesitaban siguen vivos y no morirán nunca.