De silencios, soledades y otros sueños…
¿Qué es la creación? ¿Dónde busca el creador? ¿Dónde está la frontera que separa al artista del creador? ¿Hay un tiempo para la creación? ¿Crear es buscar, o simplemente dejarse encontrar? ¿Existe algo más allá del silencio y la soledad? ¿De dónde viene el grito del alma? ¿Dónde habitan las voces del silencio? ¿Es crear trascender a la muerte? ¿Es lo mismo lo que hay después de la muerte que lo que hubo antes de la vida? ¿Somos seres aislados o es nuestra pertenencia a un Todo lo que da sentido a nuestra vida? ¿Qué es el arte? ¿Qué es la vida? ¿Qué se esconde más allá del silencio? ¿Dónde habitan nuestros sueños? ¿Dónde la realidad no visible? ¿Qué fue antes del Verbo? ¿Qué antes de la Vida? Son las preguntas sin respuesta las que nos abren la puerta de la creación, las que nos invitan a asomarnos al abisal vacío del silencio, a adentrarnos en el laberinto de la soledad, son ellas, y solo ellas, las que dan sentido a nuestra vida y nos empujan a vivirla. Marcados, quizá, por un tiempo que las ignora cuando no las niega condenándonos con ello a la más vacía de las superficialidades, rodeados por un mundo empeñado en construir cómos, cuándos o cuántos y que olvida que crear no es más que destruir un por qué, dejamos pasar nuestra vida de evento en evento, de cita en cita o de prisa en prisa, olvidando que vivir es crear…
Todo cuanto tenemos en la cabeza ha pasado a través de los sentidos, fue emoción. Pero no pretendamos crear algo artístico a partir de la razón, del pensamiento. Somos emoción, el arte vive en la emoción, la que nos provoca al crearlo y la que provoca en quienes lo contemplan. Puede que el arte sea la contemplación de la verdad que se esconde en la belleza, la contemplación que puede acercarnos a la felicidad. ¿Por qué entonces ese empeño en que escondamos nuestras emociones, en negarles su valor, en que hagamos prevalecer la mente al corazón, la razón a la emoción? Quizá sea porque a las emociones no se les puede poner precio y en nuestra sociedad lo que no tiene precio no tiene valor. Obsesionado con convertir todo en dinero, y además hacerlo lo más rápido posible y sin importar el coste o el daño que ello pueda causar, nuestro mundo está aniquilando el arte en todas sus expresiones y, con ello, negando nuestra felicidad, desahuciando nuestra alma. Entretenimiento, industria o negocio, el arte hoy en muchos casos no es más que la huida de nosotros mismos, una huida que está anegándolo todo. No hay espacio para la contemplación de la belleza, para la espiritualidad, para el silencio, para la soledad. Hoy el ruido, los innumerables e insoportables ruidos que nos invaden, han asesinado al silencio, y la muchedumbre, la manipulable y agobiante muchedumbre que nos rodea, ha criminalizado la soledad. Pero nosotros somos silencio y soledad, el silencio de nuestras preguntas, la soledad de nuestros sueños.
Soledad no es aislamiento, ni silencio es mudez. Son el no espacio desde el que podemos darnos a los demás. Del mismo modo que el teatro no puede existir sin público, también nosotros dejamos de existir si no tenemos a quien amar, a quien dar todo eso que llevamos dentro. Amar es vivir, es sentirse y saberse vivo, hermosa y maravillosamente vivo. Solo somos lo que damos a los demás. Y es en nuestro silencio y en nuestra soledad donde podremos aprender a amar, desde donde seremos capaces de dar. Igual que para avanzar hacia adelante nos empujarnos hacia atrás y para saltar tenemos primero que agacharnos, para amar a los demás tenemos antes que habernos hallado a nosotros mismos, haber encontrado nuestro lugar, nuestra razón de existir, nuestra emoción de ser… Es desde lo más hondo de nosotros, y solo desde lo más hondo, desde donde seremos capaces de sentir lo que significa amar y de entender que amar, como crear, no es más que destruir un por qué.
Tomemos, por ejemplo, el teatro. El teatro no es un texto ni lo que vemos en el escenario, es mucho más. A través de los símbolos, intuimos lo que se esconde más allá de lo que vemos; del silencio, lo que hay detrás de la palabra que escuchamos; de las acciones, lo que habita en el universo de las emociones que sentimos; de los objetos, el significado único e intransferible que tienen para cada uno de nosotros; del tiempo, la levedad de los personajes y, con la de ellos, la nuestra, ya que no son más que nuestro espejo. Esa es la metafísica del teatro, lo que hace que sea algo vivo porque muere en cada representación, algo único que jamás podrá volver a ser visto, algo eterno que seguirá emocionando a los espectadores de los siglos venideros. Y, de igual forma que ocurre en el teatro, la vida, nuestra vida, es mucho más de lo que se ve, es nuestra manera de entender el mundo, de empatizar y relacionarnos con quienes nos rodean, de trascender absurdas limitaciones como espacio o tiempo, de acercarnos a ese Todo del que, en ocasiones, intuimos que formamos parte indisoluble. Es desde nuestro silencio y nuestra
soledad desde donde, a veces, vemos los fugaces relámpagos de eternidad que pasan frente a nosotros y que muchos llaman inspiración. Son retazos de la eternidad que habita entre el vacío y la nada, entre nuestra vida y nuestra muerte. Es ahí donde está la creación, el proceso creativo, en esos inaprensibles instantes de lucidez que aparecen frente a nosotros cuando aprendemos a ver con el corazón. Debemos aprender a verlos, a encontrarlos, a dejar que penetren en lo más hondo de nosotros, no intentar aprehenderlos, sino permitirles pasar para que nos indiquen el camino. ¿Sabe una hormiga que forma parte de los miles de hormigas que forman el hormiguero?, ¿Saben las células de la hormiga que son una más de los millones de células que forman esa hormiga?, ¿Qué sabemos de nosotros?, ¿Somos una hormiga más?, ¿Quizá tan solo una célula más?… ¿O ni siquiera eso?
Igual que la poesía es lo que hay más allá de la métrica y las palabras, la vida es lo que hay más allá de lo que somos y lo que hacemos. Puede que la vida sea un mero intervalo entre dos nadas, un accidente entre dos muertes, yo prefiero creer que es algo más. Puede que la vida sea sueño, un pensamiento entre dos vacíos, o quizá tan solo una obra de teatro, y en ese caso, desde luego, prefiero pensar, como decía Chaplin, que “es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive cada momento, antes de que baje el telón y la obra termine sin aplausos”