Leviathan, Andrei Zvyagintsev
La soledad del que lucha contra el Estado, contra cualquier Estado, la soledad del que se sabe solo, del que defiende lo único que nadie le podrá robar, su dignidad, la soledad del que se rebela frente a un sistema corrupto e injusto que cierra todas las puertas a la esperanza, la soledad de un individuo que habita en un desolado paisaje donde solo sobreviven el viento y el silencio… En Leviathan, la prodigiosa película de Andrei Zvyagintsev, asistimos al desigual combate de un hombre frente al poder, a la sinrazón y la barbarie de quienes jamás sabrán lo que significa la dignidad del ser humano. ¿Qué hacer cuando el Estado decide aniquilarte, robarte todo lo tuyo, masacrarte en aras de un falso, como siempre, bien común? ¿Qué hacer cuando tu mundo se desmorona a tu alrededor, cuando hasta pareja, hijos o amigos te dan la espalda porque no se ven capaces de ayudarte en tu lucha? ¿Qué hacer cuando todas las instituciones se confabulan para despojarte absolutamente de todo lo que era tuyo?, ¿Qué hacer cuando políticos, jueces, policías y curas conspiran contra ti desde la todopoderosa fuerza que les da el Estado? ¿Qué hacer?, ¿Qué hacer…?
Esa es la pregunta que nos traslada Zvyagintsev en Leviathan, una obra maestra construida sobre un guion extraordinario, una fotografía antológica, una música formidable y, sobre todo, unas interpretaciones sublimes. La sobriedad interpretativa de su protagonista, encarnado por ese actorazo que es Aleksey Serebriakov, es capaz de transmitirnos todas las emociones y todos los estados por los que va pasando a lo largo de la película. Serebriakov borda todas las secuencias con una mesura y una contención impresionantes y arriesgando, buscando los límites en cada toma. Su interpretación solo puede calificarse de formidable. Lástima que, a pesar de que la película ganase el premio al mejor guion en la pasada edición del festival de Cannes, el Globo de Oro a la mejor película en habla no inglesa o sea una de las cinco nominadas para los Oscar a la mejor película extranjera, el trabajo de este intérprete no se haya visto reconocido con todos los premios que merece. Y si Serebriakov está a la altura de los más grandes, sus compañeros de reparto, encabezados por
una siempre misteriosa y melancólicamente irresistible Elena Lyadova, no se quedan atrás. Todo en ellos resulta creíble, veraz, auténtico… porque todo en ellos es creíble, veraz y auténtico. No hay palabra, gesto o silencio que desentonen en sus interpretaciones. En sus rostros, en sus miradas, asistimos impotentes a la autodestrucción de un mundo empeñado en devorarse a sí mismo, un mundo que, lejos de colocar al ser humano en su centro, ha colocado al dinero, ese nuevo dios que a diario exige el sacrificio de la vida de miles y miles de inocentes.
La música de Philip Glass es otro de los incuestionables aciertos de esta película. Uno podría pensar que tratándose de una cinta rusa su banda sonora estaría repleta de melancólicas baladas zíngaras, de indomables violines o de voces desgarradas, pero, lejos de ello, es la enigmática y casi obsesiva música de Glass la que acompaña el peregrinar de los personajes sin rumbo que pueblan esta historia. Sencillamente magistral. En cuanto al guion cabe señalar que atrapa desde la primera línea hasta la última llevando a sus criaturas, esos héroes anónimos con los que cada mañana podríamos cruzarnos por cualquier calle, en un lento pero imparable fluir hacia su destino. Es absolutamente redondo, con una descripción de personajes construida más por lo que callan o los demás dicen de ellos que por lo que ellos mismos dicen. Son personajes construidos desde el silencio, desde la profunda soledad del alma.
Hay quien podrá pensar que Leviathan es un reflejo o una crítica de la actual sociedad rusa. Se quedará corto. El mismo título de la película es toda una declaración de intenciones: el Leviathan es ese monstruo marino bíblico creado por dios y asociado a Satanás. Hobbes lo utilizó para titular su tratado sobre el Estado y su forma ideal. La acepción actual lo relaciona con un gran monstruo. Y Zvyagintsev precisamente lo que hace es jugar al doble sentido del significado bíblico y Hobbesiano: el Estado concebido como un enorme monstruo que todo lo devora. La idea de la película surgió cuando su director leyó una noticia aparecida en los medios norteamericanos a mediados de la década pasada: un hombre, acosado por una multinacional que cercó y aisló su casa y sus tierras al no haber podido comprárselas, decidió derribar el edificio con una excavadora y quitarse la vida. A Zvyagintsev la historia le conmovió muchísimo, pero sobre todo que aquello hubiera podido pasar en los Estados Unidos de América, la tierra de la libertad. ¿Cómo era posible que aquello hubiese podido ocurrir en un país que antepone al individuo sobre todo lo demás, un país que se vanagloria de ser el adalid de la libertad y la justicia,
de ser el estandarte de los valores del mundo occidental? Que aquello hubiese pasado en los EEUU le llevó a la conclusión de que, lejos de lo que pensaba Hobbes sobre lo ideal del Estado, los Estados, todos los Estados, son los Leviatanes de hoy en día. No viven en el mar, es cierto, y quizá sea esa la razón por la que se empeñan en destruirlo con tanto ahínco, sino en el océano de inmundicia en que hemos convertido nuestro mundo, ese océano del todo vale, del todo se consume, del todo se banaliza.
Estamos frente a una película dura, muy dura, pero también poética, maravillosamente poética, porque la poesía es capaz de vivir incluso en la más atroz de las realidades, y Zvyagintsev nos lo demuestra con su película, una película en la que su director ha sabido jugar hasta con el sentido del humor en las situaciones más duras, injustas o absurdas. Leviathan tiene momentos de gran comicidad, porque la vida tiene momentos de gran comicidad, y Zvyagintsev, profundo conocedor de la vida, ha sabido dosificarlos con los más escondidos secretos de la ancestral alquimia del arte. No se trata de buscar momentos de distensión, momentos que den un respiro al espectador para que tome carrerilla para afrontar lo que se le viene encima, no, todo lo contrario. Zvyagintsev es capaz de mostrarnos cómo la más trivial y cotidiana de las situaciones puede acabar en un verdadero drama. ¿Cuántas familias se habrán roto tras un día en el campo, cuántas amistades o parejas
se habrán resquebrajado para siempre tras la aparente felicidad de un día campestre?
La película de Zvyagintsev es una obra maestra que tiene muchas lecturas y muchos niveles de lectura. Cada imagen es un símbolo, una pieza del rompecabezas. Nada se ha dejado al azar, todo está minuciosamente estudiado y planificado. Es una película a la que no le falta ni le sobra un fotograma. Y, por encima de todo,Leviathan es un canto a la vida, un bello y profundo poema de amor, una canción desesperada y un desgarrado grito en el espantoso silencio de la noche en que vivimos. Es un grito de libertad, un grito anarquista, un profundo grito de indignación y de rebelión, el inacallable grito de alerta a lo que está en juego, a lo que verdaderamente tú y yo nos jugamos cada mañana: nuestra dignidad y nuestro derecho a vivir en paz y libertad.