Carmen Díez de Rivera, una mujer que fue libre
Hija de los que ganaron una guerra que ella quisiera haber perdido, la vida de Carmen Díez de Rivera fue una vida de película. A los diecisiete años le robaron la vida que ella había elegido, y lo hicieron de la forma más brutal, arrebatándole lo que ella más quería. Profundamente herida inició entonces una búsqueda incesante de su lugar en el mundo, búsqueda que la acompañaría toda su vida y que la llevó a ser directora del gabinete de Adolfo Suárez y a propiciar, gracias a su imparable empuje y convicción de que había que avanzar rápido en la construcción de la democracia, la proclamación de la amnistía del 77 y la legalización de Partido Comunista. Inconformista, valiente e independiente, tres virtudes que casan mal con la política de partidos imperante, no dudó en defender todas las ideas en las que creía y en abrazar todas las causas que consideraba justas. Por eso, y por ser demasiado avanzada para los políticos de su época, presentó su dimisión y, aunque militó en el Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, se retiró de la política activa. Volvió de nuevo de la mano de Suárez diez años después para ser elegida europarlamentaria por el CDS. Y de nuevo su independencia la
llevó a presentar la dimisión cuando ese partido se integró en la Internacional Liberal. Ella creía en Europa porque amaba Europa y se presentó de nuevo al parlamento europeo, esta vez por el PSOE, donde fue europarlamentaria durante doce años, hasta poco antes de su muerte. En el parlamento europeo todavía recuerdan sus encendidos y apasionados discursos abogando por un mundo más justo y sostenible empujando a la Unión Europea a avanzar más rápido en la construcción de una verdadera Europa para tod@s. Murió el 29 de noviembre de 1999. Tenía 57 años.
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Hija de los marqueses de Llanzol, cuando, a los diecisiete años les dijo que iba a casarse con su gran amor, Ramón Serrano Suñer y Polo, se enteró de la amarga verdad que la marcaría para siempre. No podía casarse con él porque era su hermano. Carmen era hija natural de Ramón Serrano Suñer, el padre de Ramón, que había sido el hombre fuerte de Franco acabada la guerra, además de su cuñado, ya que estaba casado con la hermana de Carmen Polo. Enterarse de que no era hija de su padre y de que su amor era su hermano desnortaron el universo de una adolescente tímida y retraída que inició una búsqueda desesperada del sentido de su vida. Hundida, aunque no vencida, se refugió en los estudios. Sus fuertes inquietudes intelectuales la llevaron a estudiar filosofía y letras y ciencias políticas. Inmersa en su soledad, se fue de la agobiante España de finales de los cincuenta para completar sus estudios en Oxford y en la Sorbona. De vuelta a España, Carmen sigue con su incansable búsqueda de sí misma. Tras trabajar en la revista de Occidente, decide ingresar en un convento: lo hace en el de las carmelitas descalzas en Durelo. A los cuatro meses se da cuenta de que su vocación no es esa y regresa a París, desde donde va como cooperante a África.
Pasó cerca de tres años en Costa de Marfil. Decidió volver a España y buscó trabajo a través de sus amigos y conocidos. La experiencia en África le había abierto los ojos a otra manera de ver el mundo. Los principios en los que había sido educada se tambalearon irremisiblemente. Era la oveja negra de la familia, tanto es así que su rebeldía hizo que su madre la expulsara de su casa. Nada pudo hacer el marqués de Llanzol, su padre “oficial”, a quien ella adoraba. Su posición social le permitía tener amistades en todos los círculos de la alta sociedad madrileña. Incluso los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía se encontraban entre ellos. A través de alguno de aquellos contactos le hablaron de un tal Adolfo Suárez, que había sido nombrado recientemente director general de Televisión Española. En el diario de Carmen, un diario que, tras transcribirlo a través de la periodista Ana Romero, ella misma mandó destruir en sus últimas voluntades, recordaba su primer encuentro con Suárez. Ella se había documentado sobre él y sabía que había estado ligado a la secretaría nacional del movimiento y que había llevado la camisa azul. Por eso, en cuanto le vio, le espetó: “¿Cómo es posible que alguien tan joven como usted sea fascista?” Ningún manual de recursos humanos recomendaría entrar con tan mal pie en el despacho de la persona a la que le estás pidiendo trabajo y que quizá llegue a ser tu jefe. Suárez se quedó tan impresionado que no dudó en contratarla. Carmen trabajó varios años en TVE en el departamento de relaciones internacionales. Los cinco idiomas que hablaba perfectamente le fueron de suma utilidad.
Posiblemente nunca se sabrá si la amistad de Carmen con el entonces rey Juan Carlos influyó para que se decantase por Suárez como presidente del gobierno, pero lo cierto es que los contactos entre Carmen y Juan Carlos en los meses previos al nombramiento se intensificaron mucho. Nombrado ya presidente, Suárez diseñó una transición democrática que, a juicio de Carmen, era excesivamente lenta y timorata. Algunos hechos muy sonados demuestran hasta qué punto ella era mucho más avanzada políticamente que él. Quizá el que más se recuerda fue el que se produjo en Barcelona cuando, representando al presidente al ir a recoger un premio que el diario El Mundo le había concedido, provocó un encuentro público con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista entonces todavía ilegal, en el que Carmen le dijo: “A ver cuando nos vemos y tomamos un chinchón”. La bronca que recibió Carmen por aquella iniciativa por parte de Suárez fue monumental y ella presentó su dimisión, dimisión que Suárez no aceptó. Pocos días después se produjo el asesinato de los abogados de Atocha y, ante la clamorosa ausencia del rey y del presidente del gobierno en los funerales, fue Carmen la que maniobró para que el funeral pudiera hacerse en el colegio de abogados de Madrid.
Carmen estaba convencida de que España tenía que avanzar hacia la democracia y que debía hacerlo rápido. El ruido de sables y la enorme fuerza de los sectores más derechistas del país eran un lastre demasiado pesado para andarse con medias tintas. Por eso empujó tanto a Suárez para que promulgase la amnistía del 77 y la legalización del Partido Comunista. Las diferencias con Suárez no solo se centraban en el tema de la velocidad con la que debía hacerse la transición, sino que tenían mayor calado. El gran proyecto de Suárez, la creación de la UCD, un partido aglutinador del centro y la derecha con el que presentarse a las elecciones, era algo que Carmen consideraba un disparate político al que no auguraba ningún porvenir.
Considerada como una traidora por los sectores más derechistas de la política española e incluso como una espía, porque veían en ella a una de los “suyos” que había renunciado a sus privilegios de clase y a sus valores conservadores, Carmen aguantó en el gabinete de Suárez solo nueve meses, posiblemente los nueve meses más intensos de la historia reciente de España. Fueron nueve meses en los que recibió amenazas anónimas de muerte e incluso de miembros de los cuerpos de seguridad del Estado. En abril del 77 se legalizó el Partido Comunista de España. Carmen dimitió en mayo de ese año. La amnistía política se produjo cinco meses después. Afiliada entonces al PSP de Tierno Galván, se aleja de la primera línea de la política hasta que, diez años después, Suárez vuelve a insistirle en que vaya en las listas al Parlamento Europeo por el CDS, el partido que había creado tras la debacle de la UCD. Carmen aceptó y ganó el escaño en el parlamento europeo.
Sin embargo ella era demasiado libre como para plegarse a la disciplina de partido, de cualquier partido, y por eso defendió desde su escaño todas sus intervenciones desde la independencia más absoluta. Pero el hecho de que el CDS se integrase en la Internacional Liberal fue demasiado para ella y, con la coherencia que siempre la caracterizó, renunció a su escaño. Volvió entonces al PSOE (al que el PSP de Tierno Galván se había unido) y, en las siguientes elecciones, ganó de nuevo su escaño en el parlamento europeo. Desde allí, hasta pocos meses antes de su muerte cuando renunció a su escaño, defendió con ardor la creación de una Europa verde, se enfrentó a los grandes lobbys y apoyó todas las causas que consideró justas. Carmen amaba profundamente la naturaleza, y muy especialmente el mar. Siempre que podía se escapaba a una pequeña casa que tenía en la costa almeriense y que vendió cuando construyeron cerca una central térmica. Fue entonces cuando descubrió la que sería una de sus grandes pasiones, Menorca, donde buscó refugio los veinte últimos años de su vida. Un cáncer de mama contra el que luchó durante diez años se la llevó. Unos meses antes de su
muerte, cuando ya había dimitido del parlamento europeo, había tomado la decisión de regresar a África. Llegó incluso a vacunarse, pero el cáncer no quiso dejarle hacer aquel último viaje. Carmen fue una mujer solitaria, de profunda espiritualidad, una mujer panteísta que amaba la naturaleza con la que se sentía totalmente integrada. Quienes la conocieron decían de ella que era una mujer que, tras una aparente dureza exterior, escondía a una persona tierna y sensible. La historia de este país, escrita casi siempre desde el interés partidista, el rencor ciego o la ignorancia infinita, la ha ninguneado y prácticamente eliminado de los libros. La visión política de Carmen, que siempre huyó de todo protagonismo personal y de cualquier ambición por conseguir cargos políticos, estaba a años luz de la mediocridad de los políticos que la rodeaban. Muestra de ello es una afirmación que hizo en 1976 sobre lo que debería ser la verdadera transición y que hoy, vistos los hechos, está más actual que nunca: “Si el capital no cambia de manos, todo seguirá igual”