La materia del tiempo…
¿De qué está hecho el tiempo?, ¿existe acaso?, ¿puede haber algo más subjetivo que conceptos como espacio o tiempo?, ¿no es todo relativo?, ¿formamos parte de él, o él de nosotros? Entrar en el universo del escultor Richard Serra, en su materia del tiempo, es sumergirse en un mundo sutil, personal y único: nuestro propio mundo. Concebido para que el espectador experimente su propia sensación del tiempo, su propia y única forma de percibir su aquí y su ahora, “La materia del tiempo” es un conjunto de ocho enormes esculturas realizadas en acero que, habitando la sala más grande del Guggenheim de Bilbao, nos invita a traspasar la frontera del universo espacio/tiempo para penetrar en ese otro mundo al que solo nosotros tenemos acceso, ese mundo donde habita nuestra alma que, normalmente callada, nos susurra entonces sus secretos mientras, en soledad, recorremos esos fascinantes pasillos de acero en los que Richard Serra ha encerrado el tiempo, nuestro tiempo. No pretendas captar la inmensidad de esta obra desde la razón, simplemente déjate llevar, sumérgete en ella, disfrútala, fluye con ella… y te llevará a ese no lugar donde se intuye la inmensidad de lo eterno que habita en cada uno de nosotros.
La génesis de esta maravilla se gestó cuando el Guggenheim de Bilbao adquirió una de las obras de Richard Serra: la serpiente. Se trataba de una escultura tan fascinante que pronto hizo que se organizara una exposición sobre la obra de Serra, uno de los artistas vivos más interesantes y profundos del mundo. A aquella exposición siguió el encargo de siete obras más que pasaron a formar parte de la colección del museo dotándole de un contenido equiparable a ese incomparable continente que es el propio edificio diseñado por Frank Gehry. Jamás se ha dado mejor simbiosis entre una obra de arte arquitectónica y una obra de arte escultórica: parecen haber sido especialmente concebidas para este íntimo encuentro de armonía, silencio y belleza. Sin embargo, conseguir esta fusión, este acoplamiento de materias y formas, no resultó fácil. Empezando por las enormes dimensiones de la sala (130 metros de largo y 30 de ancho) y siguiendo por un suelo que no estaba calculado para soportar el peso de estas moles aparentemente livianas pero que
pesan decenas de toneladas. Ya en el diseño del edificio Gehry contempló abrir un acceso exterior de unas dimensiones colosales para esa sala, auténtica placenta del arte, que permitiera que estas esculturas pudiesen fecundarla para dar a luz a esos seres nuevos, nosotros, que, al contemplar y experimentar tanta belleza, nacemos a otra forma de ver la vida y el arte. Dificultades pues, todas, pero el encuentro de la belleza está más allá de todo límite, no hay dificultad que pueda impedirlo. Por eso las esculturas que forman “La materia del tiempo” viven ahora en esa sala del museo como si hubieran nacido allí…
Hay que pasear las esculturas de Serra, porque el artista nos invita a que las paseemos y nos encontremos a nosotros mismos al recorrer esos pasillos aparentemente fríos pero tremendamente sensuales que, deteniendo el tiempo, nuestro tiempo, nos llevan a ese no lugar donde habita nuestro yo más profundo. Recorrer en soledad cualquiera de esos pasillos es adentrarse en un universo inexplorado, un universo donde cualquier referencia pierde su sentido, donde todo es nuevo, poético, mágico, donde un metro no mide cien centímetros, ni un minuto tiene sesenta segundos. Dentro de esos pasillos te llegan las voces de los demás visitantes como un murmullo ininteligible y lejano que te hace sentir en otro mundo. Y si tienes la fortuna de visitar este jardín de callados árboles de acero cuando no hay nadie, el silencio que habita el ocre de esos pasillos te habla directamente al oído para contarte todas esas cosas tanto tiempo intuidas, tanto tiempo anheladas…
Serra, como Oteiza y tantos otros genios, no crea sus esculturas a partir de la forma, sino a partir del espacio vacío. Porque Serra sabe que es en el vacío donde está la esencia. La utilidad de un cuenco es precisamente su vacío. Una vez lleno ya no puede dejar que nada más entre en él. Ya no sirve para nada. Lo mismo ocurre con la sabiduría: si dejamos que nuestra mente se llene de prejuicios jamás permitirá que nada nuevo, que nada verdadero, entre en ella. Es el vacío lo que da forma a la forma, como es el silencio lo que da voz a la voz. En las esculturas de Serra la infinita sensualidad de la línea curva se impone al aparente pragmatismo de la recta. La esbeltez de esos muros de formas imposibles atenta al concepto que la mayoría de los mortales tenemos del equilibrio. Todo en esas esculturas es equilibrio, armonía y equilibrio. Por eso conceptos como espacio o tiempo pierden por completo su significado cuando te adentras en el universo de Serra, un universo donde todo es impredecible, donde la física o la gravedad se tornan subjetivas, y donde una nueva sensación de lo que en realidad es el tiempo te acompaña y vuelve a aparecer, una y otra vez, mucho después de haberla experimentado. Es una experiencia única que te acompañará siempre. Si el objetivo del arte es modificar al espectador, cambiar su percepción de las cosas, indiscutiblemente “La materia del tiempo” es una obra maestra.
Y si la escultura trata de la forma, del espacio, del vacío, la obra de Serra introduce definitivamente un nuevo concepto, el del tiempo, en el arte. Es el espectador quien, al recorrer cada una de estas obras, las percibe ubicadas en su propio universo subjetivo de espacio/tiempo. Adentrarte por esos pasillos de formas sorprendentes y siempre imprevistas hasta el centro mismo de la escultura puede llevarte minutos, aunque la percepción que cada espectador tendrá del tiempo transcurrido será absolutamente diferente. Allí, en esos pasillos que detienen el tiempo, intuyes que el tiempo no existe, que nunca ha existido, que millones de años luz caben en una milésima de segundo y que millones de vidas caben en la eternidad que habita en cada instante.¿Dónde estuvimos antes de nacer? ¿Cuánto tiempo permanecimos allí?, ¿Dónde iremos cuando hayamos muerto?, ¿Quedará algo de nosotros en lo eterno o seremos silencio, tan solo un profundo e infinito silencio? Serra nos demuestra, con sus esculturas, que el tiempo nunca ha sabido lo que es un reloj y nosotros, sempiternos Ulises, al recorrerlas intuimos que nuestro viaje no comenzó ayer, ni acabará nunca…