Mikel Laboa, la voz de un pueblo
Cargada de melancolía, de esperanza, de bosque y mar, a veces, solo a veces, surge una voz que es la voz de un pueblo. Todo está en esa voz: el dolor, el lamento, los anhelos, los sueños… Todo está en esa voz. Y el pueblo lo sabe. Y hace suyas sus canciones. Las canta porque las lleva en el alma, las llora porque forman parte de él, las vive porque son él… La voz de Mikel Laboa es la voz de Euskal Herria. En sus canciones están los valles, el mar, la niebla, los caseríos… porque en sus canciones viven los valles, el mar, la niebla y los caseríos. Venida de tiempo inmemorial, esa voz nos habla de las penas, del dolor, de las alegrías y esperanza de un pueblo entero. Lo hace en euskera, siempre en euskera. Y ese euskera es capaz de llegarnos, incluso a los que no lo hablamos, a lo más hondo, porque es música, música del alma, y la música del alma nada sabe de mapas y fronteras, habla de nuestras penas, de nuestro dolor, de nuestras alegrías y de nuestra esperanza…
En sus canciones todo cobra sentido. Son susurros que nos hablan de lo que sentimos, de lo que somos. Son gritos de silencio que nos recuerdan que todos somos hijos e hijas de la madre tierra y que, más allá de nuestras diferencias, todos formamos parte de lo mismo, de algo común a lo que pertenecemos: la vida. En sus canciones nos habla de pájaros y de nieblas, de esos pájaros y esas nieblas que habitan en nosotros, en todos y cada uno de nosotros, de esos pájaros nacidos para volar alto, muy alto, de esas nieblas que esconden nuestro yo más íntimo y cercano que nos hace crecer…
Txoria Txori, esa canción que, cuando empieza a sonar, hace que todo el mundo calle y la empiece a cantar, habla de todo lo que significa ser un ser humano, habla del amor, de la libertad, del deseo, de las contradicciones, de las penas y las alegrías, de todo lo que significa estar vivo… y lo dice con una única estrofa que viene a decir: “Si le hubiera cortado las alas, habría sido mío, no habría escapado, pero habría dejado de ser pájaro, y yo, lo que amaba, era al pájaro…”
En sus letras, poéticas y profundas, Mikel Laboa nos habla de lo que siente un hombre que siempre quiso ser libre y que huyó de las entrevistas porque decía que no sabía hablar. Siempre dijo que él cantaba porque no sabía hablar. Quizá tuviera razón. Solo los que de verdad le conocieron lo sabrán. Pero a todos, a los que le conocieron y a los que no, nos regaló un lenguaje universal que todos entendemos, que todos hablamos: el lenguaje de los sentimientos. Porque todo en sus canciones es sentimiento, poesía y sentimiento. El sentimiento de ser, de vivir, de estar vivo; el sentimiento de amar, de soñar y de dar; el sentimiento de pertenecer, de intuir, de saber…el sentimiento de quien, incluso perdido, se sabe en el camino; el sentimiento de quien sabe que la única forma de recorrer ese camino es tendiendo su mano abierta a quien la pueda necesitar; el sentimiento de quien jamás ha retirado esa mano; el sentimiento de que, más allá de las nieblas y el olvido, siempre hay alguien a quien amar…
La cadencia de sus acordes es como el suave viento que atraviesa los bosques, como esa eterna ola que llega hasta nosotros venida de quién sabe dónde. Y ese viento y esa ola nos traen un mensaje de esperanza, la esperanza de que aún estamos a tiempo, de que todavía podemos hacer que nuestros sueños se conviertan en realidad, una realidad compartida con todos y todas los que, como nosotros, se saben en ese camino que es la vida. Las canciones de Laboa rezuman melancolía, como la rezuman también los bosques y las olas, porque sus canciones son esos bosques y esas olas que nos traen la vida.
Son canciones sin tiempo, nacidas para no morir. ¿O es que, acaso, mueren los sentimientos? Nosotros pasaremos, pero nuestros sentimientos quedarán, quedarán vivos en todas y todos los que nos sigan en el camino de la vida. Nosotros no los inventamos, simplemente tomamos el relevo de quienes nos precedieron. Como nosotros, ellos amaron, soñaron, fueron, y, como nosotros, también amarán, soñarán y serán los que vendrán. Y también escucharán las canciones de Mikel Laboa, y sentirán que quien les habla, quien les canta, es ese ser ancestral que todos y todas llevamos dentro, en lo más hondo, ese ser que seguirá vivo cuando nosotros ya nos hayamos ido y que, como los bosques y las olas, nunca dejará de cantar su canción, esa canción que habla de ti y de mí y de todo lo que somos y podríamos haber sido…
El canto de Mikel Laboa es belleza, es poesía en estado puro, es esencia y es vida. Nada sabe de conceptos tan vacíos como espacio o tiempo. Por eso es capaz de hacernos llorar incluso cuando son otras voces quienes lo cantan, o como, en el espacio de la ausencia, dos cuerpos se unen para bailarlo…