Simplemente Rita
Rompió todos los moldes, incluso el suyo propio, para reinventarse y renacerse cada día. Hizo soñar a hombres y mujeres de varias generaciones, y sigue haciéndonos soñar. Fue un icono de la sensualidad y el mito erótico de los años cuarenta y una de las actrices que más huella han dejado en la historia del cine. Para hacerlo le bastó quitarse un guante, ese guante negro que se quitaba en Gilda, un simple guante capaz de hacer volar todos los sueños. Su vida no fue fácil, nunca lo fue. Estuvo marcada por el maltrato y el machismo más atroz. Su padre abusaba de ella y la violó antes de cumplir los trece. Para huir de aquel infierno se casó a los dieciocho con un vendedor de coches que se propuso hacer de ella una estrella de cine. Para hacerlo no tuvo el más mínimo reparo en obligarla a acostarse con productores. No tardó en divorciarse. Su segundo marido fue Orson Welles, el tercero el príncipe Alí Khan. A estos les seguirían dos más, uno de ellos maltratador, y un sinfín de amantes, entre los que se encontraban Glenn Ford, Anthony Quinn, Kirk Douglas, David Niven y una largo etcétera. Ella, que desde la pantalla enamoraba a todos los hombres y les enseñaba a soñar, en la vida real fue una mujer tímida, cariñosa y sensible que simplemente buscaba el amor, un amor que jamás encontró. Y nadie definió su tragedia mejor que ella: “Ellos se acuestan con Gilda, pero se despiertan conmigo”. Se llamaba Margarita Carmen Cansino Hayworth. pero todos la conocemos como Rita Hayworth.
Había nacido en Nueva York en 1918, hija de padres inmigrantes. Su padre, Eduardo Cansino, era un bailarín español que dejó su Sevilla natal para emigrar a los Estados Unidos. Su madre, Volga Hayworth, de origen irlandés, también era bailarina, de los Ziegfeld Follies. Esos antecedentes hicieron que empezase a recibir clases de baile a los cinco años y que debutase acompañando a su padre en algunas coreografías flamencas a los trece. En 1933, con quince años, llegó a Hollywood y, gracias a la ayuda del músico español Jose Iturbi entre otros, consiguió sus primeros papeles de reparto en películas de serie B como Cruz del diablo, su primera película o Charlie Chan en Egipto. Su primer marido, empeñado en hacerla una estrella del cine, hizo que se sometiera a un tratamiento experimental por aquel entonces, la electrodepilación, con el que amplió su frente. Aquello, junto al contrato que su marido le consiguió para la Columbia, hizo que le llegasen más papeles y que fuesen más interesantes, como el que hizo en “Solo los ángeles tienen alas” Pero Rita no tardó en darse cuenta de que para su marido ella no era más que una inversión, una inversión a la que pretendía obtenerle los máximos beneficios. La trágica senda de su vida, esa senda que separaba irreversiblemente su vida profesional de su vida privada, se ahondaba cada vez más. Su personalidad tímida y bondadosa de la vida real nada tenía que ver con la fuerza y el irresistible magnetismo que irradiaba desde la pantalla. A finales de los treinta y principios de los cuarenta Rita era considerada ya como una de las actrices más importantes de Hollywood, pero fue “Sangre y arena”, junto a Tyrone Power, la que la consolidó como sex symbol.
Pero sin duda fue Gilda la película que la marcó para siempre. Fue solo un guante, sí, pero ¡qué guante! La escena del streptease más breve pero más erótico de la historia del cine junto a la inolvidable bofetada que le pega Glenn Ford causaron furor en todo el mundo y escandalizaron en muchos países, como el nuestro, que censuraron la película. Nadie como Rita para hacer tanto con tan poco, nadie como ella para enseñarnos a todos y a todas los que es el erotismo, lo que es el cine, lo que es la vida… Había otras actrices muy bellas, había otras actrices quizá con más talento que el de ella, había otras actrices con más tablas que ella, pero solo ha habido una Rita Hayworth.¿Dónde está su secreto, dónde se esconde ese duende capaz de hacernos volar tan alto? Son muchas las interpretaciones que se han hecho sobre ello, innumerables los estudios que han buscado ese secreto… Para mí quizá radica en la contradicción, en esa contradicción entre su vida real y su vida en la pantalla, una contradicción que se ve en esa explosiva mezcla de timidez y descaro, de fortaleza y vulnerabilidad, esa contradicción que vemos en la mirada triste que se esconde tras su sonrisa siempre alegre.
Del corazón de la Rita de la vida real nos habla el hecho de que estando ya llegando a su fin su matrimonio con Orson Welles, un Orson Welles vetado como director por todos los estudios de Hollywood, ella aceptase protagonizar “La dama de Shanghai” para que él pudiera dirigirla. La película pasó sin pena ni gloria en su momento, pero hoy está considerada como una película de culto por todos los amantes del cine. La propia Rita declararía años después que mientras la rodaba era plenamente consciente de que estaba haciendo una obra maestra. Su generosidad y valentía la llevaron a hacer un papel totalmente diferente a los que tenía acostumbrados a sus millones de seguidores, a aparecer en pantalla haciendo de mala, con el pelo corto y teñido de rubio, a encarnar un personaje que muere al final, algo totalmente impensable en el cine de entonces. Y nos ha permitido disfrutar de la que, posiblemente, es una de las escenas más brillantes de la historia del cine: la del tiroteo en el salón de espejos.
La carrera profesional de Rita incluye muchas películas musicales en las que se la ve bailar con genios de la danza como Fred Astaire o Gene Kelly, sus orígenes y su sólida formación como bailarina hacían de ella la actriz ideal para este tipo de películas. Ella intentó que no la encasillasen siempre en el mismo papel, pero era una batalla perdida: el público y los estudios querían a Gilda, una película cuyo éxito la marcó para siempre. Nunca volvió a tener un papel como aquel, a pesar de que los estudios lo intentaron repitiendo pareja con Glenn Ford en “Los amores de Carmen”, o buscando explotar su increíble sensualidad en películas como “Salomé” (1953). Ella siguió trabajando y dando lo mejor de sí misma, pero se enfrentaba a un reto imposible: superar a Gilda, porque como decía el propio cartel de la película: “Nunca hubo una mujer como Gilda”
A principios de los sesenta empezó a tener problemas para memorizar los textos. Cada vez le costaba más retener lo que estudiaba y eso limita mucho las posibilidades de seguir trabajando en el cine. Lo siguió haciendo, pero con muchos problemas y con papeles cada vez menores y en películas de serie B. Aquellos problemas de memoria hicieron que corriese el bulo entre la gente del cine de que Rita tenía problemas con el alcohol. No era cierto. Tenía una enfermedad desconocida por entonces y que tardaron 20 años en diagnosticarle: Alzheimer. Su última película fue “La ira de Dios”, de 1972. Pasó los últimos años de su vida sin recordar si quiera quién era, quién había sido, lo importante que había sido para millones y millones de personas en todo el mundo. Murió de Alzheimer el 14 de mayo 1987 en su apartamento de Manhattan. Su grandeza la ha hecho inmortal porque los que no son olvidados no se van, siguen viviendo en el corazón de todas las personas a las que Rita nos hizo, nos hace, y nos hará soñar…