Mercedes Gómez-Pablos, la mirada azul del silencio…
Pintora de la poesía, poeta de la pintura o, quizá simplemente, peregrina de la belleza, Mercedes Gómez-Pablos nos traslada con sus cuadros a un mundo donde conviven la pasión y la ternura, ese lugar donde nacen los dioses y se aman los poetas: el universo azul de los sueños. En su pintura habita el silencio, ese silencio azul que nos invita a viajar, a ser viaje, a ser todo lo que somos y lo que podríamos haber sido…
Para el viaje de hoy me gustaría que, si queréis, fuera la voz sensual y desgarrada de Haris Alexiou quien nos acompañara
Las flores de Mecedes nos hablan de un jardín donde las adelfas bailan los melancólicos compases del último vals, donde los jacintos, solitarios, recitan sus versos para quien los quiera escuchar, o donde los crisantemos, siempre los crisantemos, dan su cálido adiós al paraíso perdido del tiempo que no ha de volver. Es un jardín azul, quieto, reposado, un jardín del silencio que nos invita a pasear por las soleadas veredas del recuerdo. Allí podemos escuchar el eco de la ausencia, el latido del viento o el triste lamento del último Quijote que, altanero, sigue su lento caminar hacia el olvido. Mirando esos lienzos podemos oír el susurro del agua, el suave crepitar del crepúsculo y la tierna voz del silencio. Son flores sin tiempo que nada saben de épocas o calendarios, flores que, como la belleza o el amor, han nacido para trascender a la muerte y al olvido.
Sus desnudos también son azules, porque la poesía, como la soledad, la pasión o la ternura, es azul, azul como la belleza, la caricia y el recuerdo, azul, siempre azul, sólo azul… Piel gitana, máscara florentina o soñador rostro adolescente no son más que las diferentes formas en las que habita el misterio de la mujer del sur, esa ninfa que amamantaba a los hombres antes de que olvidaran a sus dioses…
Sus cuadros exigen una mirada larga y lenta, una mirada atenta y serena, la mirada de Ulises, esa mirada pausada que, a través de sueños y quimeras, se adentra hasta lo más profundo de nosotros mismos para dejarnos ver la realidad última: el Arte.
Puede que el mundo gire de la luz a la sombra perdido en la inmensidad de un cosmos infinito. Los desnudos de Mercedes saben mucho de eso porque ellos son las estrellas del amanecer, la luz del nuevo día que vendrá, la sombra de ese pasado que siempre nos acompañará. Sus figuras, solitarias, nos recuerdan que lo importante es amar, y que no amar es perder. Allí, tendidas o altaneras, esas figuras nos hablan de los sueños, de todos los sueños, de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que no nos dejaron ser, y también nos hablan de los besos, de todos los besos, los que dimos y que, al calor del fuego de la memoria, recordamos, y los que no nos atrevimos a dar, esos que jamás podremos olvidar…
Su pincel, como una mano tendida mendiga de belleza, se hunde una y mil veces en la paleta, esa callada placenta del universo, para traernos el azul, siempre el azul, sólo el azul, todo el azul…
De trazo fuerte y pasional, de pulso firme y tierno, de composición largamente vivida, soñada y meditada, ¡Ah, su composición…! melancólica música nacida de lo más hondo del alma, secreto íntimo, abrazo del alba, canción del mar, horizonte del atardecer o, quizá simplemente, mirada, sólo mirada, la mirada azul del silencio…
Acaba de presentar ahora “En pie de paz”, un maravilloso libro de poemas de Federico Mayor Zaragoza que ella ha ilustrado desde otro de sus paraísos habitados: el de la abstracción. En él los versos cobran vida, esa vida que habita en cada uno de nosotros, incansables peregrinos del amor y la belleza. Aquí su pintura se vuelve agua, es agua, agua azul de la que, incansable, nace la vida en ese fluir sin tiempo que es la poesía. Acariciando los versos, eternos susurros del alma despierta, Mercedes hace que, ante nosotros, aparezcan todas las velas que, silenciosas, nos ayudan a navegar en ese mar de luz y de silencio que es la vida… porque la pintura, como la poesía, es vida. Y en ese mar de azul y silencio, un mar en el que habitan las sirenas y vuelan libres las mariposas sobre la última ola de nuestra imaginación, son los rojos los que, de repente, emergen de lo más profundo, como faros en la niebla que vigilan nuestro viaje. Y junto a ellos, los ocres, siempre los ocres, para dar vida a esos puertos que, desde antes de que el hombre inventara el tiempo, nos llaman dulcemente por nuestro nombre, y, como Penélope, nos esperan, siempre nos esperan, porque esos puertos saben que lo importante, lo único verdaderamente importante, es el viaje, nuestro viaje, ese viaje que, como la creación, no necesita un porqué y en el que hallaremos todos los tesoros y descubriremos todos los misterios si nos atrevemos, de verdad, a ser libres y a dar, sólo a dar, siempre a dar… Quiero que sean los versos de Federico Mayor Zaragoza quienes, desde el viento, nos indiquen el camino a seguir en esta etapa de nuestro viaje:
“Sorprenderme
cada día
de que vivo,
de que no sé qué
ni quién soy,
de que existo
lleno de interrogantes…
Junto al mar,
serenamente,
declaro que al amanecer
vuelvo a izar
con denuedo
mi espíritu perplejo,
para hallarme luego,
al caer la tarde,
sin saber
a dónde voy,
ni quién soy,
ni de dónde vengo.”
“Cuando pasan las horas
nos quedamos solos
con nosotros mismos,
en silencio.
Cuando hagamos balance
de nuestra riqueza
quedará sólo el rostro
de unos cuantos amigos.
Cuando la marea baje
quedarán en la arena
sobre la piel de la playa
algunos nombres.
Cuando la última ola se aleje
quedará nada,
pero quedará alguien.”